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Este es un sitio para todos, donde una pichoncita construye su nido en el fascinante mundo del periodismo. Apenas comienzo a gatear y solo deseo motivarlos a todos a leer a nuestros periodistas y a quienes como yo, dan sus primeros pasos. También los invito a reflexionar, fantasear y enamorarse de nuestra profesión.

viernes, 18 de mayo de 2012

EL CORONEL SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA

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Cuando le dije a Padilla que me contara algo relevante de su vida, me miró fijamente a los ojos, deslizó los labios y soltó una carcajada algo sospechosa:
  Hace dos días gasté 200 pesos en comprar arroz. ¿Te parece significativo?
Callé, tragué en seco y puse fin a mi primer día de charla. Era muy difícil para él, nunca antes lo habían entrevistado, como si sus méritos y las más de 20 medallas que guarda en su casa merecieran el anonimato.
Me dediqué a estudiarlo, cada paso, cada movimiento. Pelea hasta más no poder; de carácter fuerte, porfiado, serio; se cree un joven de 20 cuando de trabajo se trata.
Juguetón con los niños del barrio, a quienes les pasa la mano para quitarles el empacho. Dedica el tiempo a engordar un puerco y unos pollos camperos para tener plato fuerte en la mesa cuando se le antoje. No se pierde las Mesas Redondas, los noticieros, pero tampoco las novelas ni las películas del Oeste.
A su esposa siempre le lleva la contraria. Le ensucia el piso cuando ella acaba de limpiar, y protesta porque el arroz le quedó duro y no le gusta su sazón. Pero la verdad es que no puede vivir sin Martha.
“Cuando éramos jóvenes me regalaba muchas flores, sobre todo las azucenas que tanto me gustan. Llegaron nuestros hijos, la felicidad aumentó y el matrimonio se fortaleció. Dos años estuvo fuera de Cuba, en misiones internacionalistas, y me escribía unas cartas hermosísimas. Ahora no es más que un viejo protestón, que se entretiene haciéndome la vida imposible. Pero él es el amor de mi vida”.
Pasa mucho tiempo contando historias, de cuando domaba animales jíbaros, que fuma desde los 12 años, que tenía muchas mujeres en su juventud, y de cómo se las ingeniaba para aumentar el capital cuando cinco centavos valían por 100 pesos.
Héctor Manuel Padilla Calzadilla, a sus 78 años, aún recuerda cuando retozaba por los caminos fangosos de Barajagua, un poblado de campesinos ubicado en el municipio Mayarí, en la actual provincia de Holguín. Desde niño, me cuenta, impuso respeto entre sus 11 hermanos aunque no era el mayor. “Y hasta papá tenía en cuenta mi criterio para tomar cualquier decisión. Cuando ingresaba en el hospital, no obedecía a nadie, pero conmigo, la historia era otra, porque los enfermos no mandan”.
Tal vez si Héctor Javier, el tercer hijo de Padilla, escuchara esta conversación, reiría a carcajadas, porque según me comentó, “es muy desobediente con los médicos. Toma todos los medicamentos a su hora, y dejó de beber hace muchos años, pero hasta ahí. No puede fumar, ni alzar peso, y aun así no tiene cuidado. Sabe que su vida cuelga de un hilo, que el corazón le palpita de milagro. Pero aguanta como un mulo, y no le dice nada a nadie, definitivamente el hospital no se hizo para él. Y le hace creer a los doctores que está entero y que no se siente ni los callos, aunque se esté muriendo”.
Fue a la escuela por primera vez a los 18 años; y cursó hasta el cuarto grado, aunque, anteriormente, se le daban muy bien los números, sobre todo para los negocios. “Pero no me quedé con ese nivel de escolaridad, ni loco. Yo estoy convencido de que la hora buena para estudiar es en edades tempranas, y a mí me cogió un poco tarde, pero la realidad era otra. Y después del triunfo de la Revolución, aunque ya un poco mayor, terminé mi sexto y noveno grados. Creo que por eso me he preocupado tanto porque mis cuatro hijos se superen en su momento. La educación es fundamental en el ser humano”.
El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 despertó en Padilla esa cosquilla de rebelde aferrado a una causa justa. “Los abusos, la miseria, las características de la vida en la Isla me conmovieron, y comencé a acercarme a otros compañeros que pensaban igual a mí. A Erasmo Zayas y Luis Guerra Pontesuelo le debo el haber ingresado, en 1957, al Movimiento 26 de Julio”.
Junto a Ángel Fernández y a Delfín Almaguer vendió bonos del 26 de Julio, quemó cortes de caña, tiroteó trenes, cortó cables de teléfono, tumbó postes del tendido eléctrico, envió dinero y medicinas para la Sierra y sirvió de guía a los rebeldes en el llano.
En sus charlas abundan las anécdotas de cuando luchaba por la libertad de Cuba. Su mayor orgullo es, sin dudas, ser un revolucionario con todas las de la ley. El Coronel, como lo llaman quienes le rodean, habla de la Sierra con mucha nostalgia, de cuando conoció al Che, del reloj que le regaló Fidel y que aún guarda en un su mesita de noche, de los cinco puntos en la Academia Militar, del pelo largo y de la metralleta.
“El 9 de abril de 1958, me uní al Segundo Frente Oriental Frank País bajo el mando del Teniente Raúl Tamayo. Cuando pasé a las órdenes del Teniente Alfredo Reyes Trejo, conocido como Michel, participé en la toma de Cueto, del cuartel de Marcané, en el tiroteo de Mejías y en el combate de Barajagua. Después estuve en el combate de Los Palacios en San Germán, como subordinado de Orlando Fernández. Durante mi estancia en esa zona se produjo el triunfo de la insurrección, el primero de enero de 1959”.
Luego Tori, como lo conocen en esa zona, estuvo alrededor de cinco meses moviéndose de un lado a otro, desde el central de Marcané, hasta el Tecnológico de Holguín. En mayo, partió hacia La Habana y luego a Consolación del Sur, en Pinar del Río. En 1961 lo enviaron a la limpia del Escambray y de ahí a la de la Sierra de Los Órganos.
En la base de San Julián, en el Cabo de San Antonio, Padilla pasó un curso de instructores de milicias en 1959, y allí interactuó con Fidel por primera vez. “Fue un momento inolvidable, era el Comandante en carne y hueso. El capitán al frente de nosotros había sido del ejército de Batista y quería que nos cortáramos el pelo. Algunos lo hicieron, pero otros no quisimos. Entonces llegó Fidel, y le contamos lo sucedido. A quienes se habían pelado, los mandó a salir porque decía que parecían casquitos de Batista, y se dirigió al capitán y le dijo: ʿcon estos barbudos nosotros les ganamos la guerra a ustedes, así que ellos no se van a pelarʾ. Y no lo hicimos, al menos, no ese día.”
Por fin ríe, pues durante la charla pocas veces pude verle los dientes. Y lo de rebelde aún se lo toma muy en serio, porque de día todavía usa su ropa verde olivo ya gastada por los años. Es un hombre muy expresivo que tiene un gesto guardado para cada anécdota, además de intranquilo, porque no ha estado más de dos segundos quieto en el taburete. Nunca baja la vista, como si estuviese a la defensiva todo el tiempo. Mueve sus manos rudas como un karateca, y con el dedo índice de la derecha me apunta cada vez que intenta cambiar el tema.
“Cuando estuve a punto de viajar a Oriente por primera vez, después de haber sido enviado para el otro extremo de la Isla, el Che me mandó a buscar para desarrollar una importante misión. Nunca antes había tenido contacto directamente con él, pero le habían dado referencias mías. Se acercaban los días de la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos. Él estaba en Bahía Honda, en un lugar que hoy conocemos como la Cueva de los Carneros del Che. Rápidamente, me puso como el tercero al mando y me pidió que marchara hacia Managua, en La Habana, para trasladar unos tanques de guerra. Y así lo hice”.
En 1963, Padilla experimentó por primera vez el sabor del matrimonio, fruto del cual nacieron sus dos primeros hijos. Pero, tres años después, la pasión se esfumó. Sin embargo, la soledad le duró poco tiempo, pues, en 1968, Martha Pérez llegaría a su vida para quedarse hasta hoy. Tal vez el secreto de más de cuatro décadas juntos esté en la forma de pensar y en las constantes peleas, que llegan a ser más de cinco cada día. Él ataca, y ella se defiende o viceversa. Y cuando no sucede así, a correr, porque el Coronel está muy enfermo.
Cumplió misión internacionalista en Yemen del Sur entre 1979 y 1981, y durante el viaje hizo escala en 10 países. Pero todavía se le humedecen los ojos al recordar el dengue hemorrágico que casi mata a su hija menor a los nueve años, mientras él estaba en Yemen. Porque estuvo seis días al lado de un teléfono aguardando noticias de Cuba, y solo fumaba cigarro y tomaba café. Pero cuando supo de la mejoría de la pequeña, se tomó dos botellas de ron “al pum-pum” y le juró una guerra, su propia guerra, al imperialismo. Porque ella es la niña de sus ojos.
“Siempre me inspiró mucho respeto, aunque poca confianza por su fuerte carácter. Recuerdo en unos carnavales cuando un profesor mío me invitó a bailar y papi, rápidamente, se le acercó y le preguntó si quería hacerlo con él. Él es así pero, sin dudas, es el mejor padre del mundo”.
Para él, las reuniones del Partido son sagradas, y se viste muy bien para asistir a ellas, y está dos días dando brillo a las botas, y siempre llega una hora antes de que comience. Porque es fundador de la organización y tiene que comportarse como tal. En las marchas y actos políticos en el pueblo, aparece a la vanguardia. Cuando se habla de Padilla en Ovas, todos saben donde vive, sus amigos, y los no tan amigos también. Él no es “un billete de cien pesos para caer bien a todos”.
Después de retirado de las FAR y el MININT, en febrero de 1988 con el grado de Teniente Coronel, fue campesino. Tenía una vega con muchos animales, montaba caballo y bicicleta. Ordeñaba sus vacas, y solo tomaba leche de una sola, porque era la mejor.
Pero poco a poco desaparecieron sus sueños campestres. Primero dejó de cultivar el arroz, el plato principal que no puede faltar en su mesa, porque la próstata demandó una intervención quirúrgica que le prohibió, después, sembrar tan preciado grano; desde entonces tampoco monta bicicleta. Tiempo más tarde le tocó el turno a la siembra de tabaco, la fuente de mayor ingreso cada año. Los pre-infartos y unos estornudos tuberculosos le marcaron el fin de ese cultivo que tan bien germina en tierras pinareñas. Finalmente, todo lo que le quedaba se desvaneció de un sopetón: la tierra, el ganado, los arados, los frijoles, las viandas, la yegua…. “La vida es del carajo y quien lo dude, pregúnteme a mí”.
Ahora Padilla es un hombre con varias aneurismas en la vena aorta que de reventar, en menos de tres minutos, su vida se esfumará. Pero no le teme, porque “nadie es eterno y algún día me tengo que morir”. Duerme muy poco, se afeita cada dos días, y de vez en cuando engrasa su pistola porque a lo mejor un día deba utilizarla. Sale a pescar a veces al río o a las lagunas cercanas, para entretenerse, porque no come pescado de agua dulce.
No es ateo porque cree en Fidel Castro, y se ríe de Adán y Eva porque él nació del vientre de Enedina y es bien macho gracias a Goyo, su padre. Juzga la existencia del Paraíso y de Cristo, porque es muy materialista. Nunca ha leído la Biblia, y no cree en la reencarnación, ni en la vida en el cielo, porque ha perdido muchos seres queridos y jamás los espíritus lo han visitado. “Si Dios realmente existe, ¿por qué mueren de hambre tantos niños y los yanquis tienen más vidas que un gato? Nunca lo he visto y yo creo en lo que puedo percibir con los cinco sentidos. Mi doctrina es la de Fidel Castro”.
Hoy el Coronel intenta ver la realidad desde otro punto de vista, pero le cuesta trabajo. Le duele que la comida esté muy cara y que la ideología de los jóvenes sea un enigma indescifrable. Porque él no luchó para eso. Su generación hizo todo lo que debían hacer: la Revolución, en su momento, lo más importante.

1 comentario:

  1. Excelente la entrevista con el coronel Padilla, con hombres así no hace falta que exista el cielo ni Adán ni Eva. Te felicito Karlienys, sabes utilizar el periodismo para descubrir la esencia de la vida.
    Verónica

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