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Este es un sitio para todos, donde una pichoncita construye su nido en el fascinante mundo del periodismo. Apenas comienzo a gatear y solo deseo motivarlos a todos a leer a nuestros periodistas y a quienes como yo, dan sus primeros pasos. También los invito a reflexionar, fantasear y enamorarse de nuestra profesión.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

YO QUISE A ALLENDE COMO A UN PADRE

Cuando Luis Fernández Oñez cuenta la historia de su vida deja mudo a cualquiera. La pupila insomne, la mirada triste, las ojeras abultadas como si guardase en ellas millones de lágrimas. Habla un poco bajo, será porque ha vivido más de setenta años. Fue revolucionario y esposo al mismo tiempo, y si de pequeño le hubieran dicho que integraría la familia del presidente chileno Salvador Allende, seguramente reiría a carcajadas. Hoy vive en Cuba, pero el deber y el amor le obsequiaron también una segunda patria.
- Yo inicio mi relación con Chile prácticamente sin saber dónde estaba Chile. A principios de la década de 1960 fui reclutado por la Inteligencia para atender ese país, uno de los pocos que mantenía relaciones con Cuba. Rápidamente, interactué con personalidades chilenas que venían a nuestro país, entre quienes figura Salvador Allende”.
-       ¿Cuándo conoce a Beatriz Allende?
- En 1967, mientras ella y su padre hicieron escala en Cuba cuando viajaban hacia Moscú. A partir de ahí se produce una gran comunicación entre nosotros. Me impresionó mucho como mujer. Al principio, nuestra relación era casi imposible por la distancia.
-      Usted fue enviado a Chile debido a la ayuda solicitada por Allende al salir electo presidente el 4 de septiembre de 1971.
- Nos encomendaron a tres compañeros la tarea de velar por la seguridad del mandatario chileno, quien llevaba una vida nómada a inicios de su gobierno. Debíamos evitar un atentado, pues aún carecía de experiencia.
«Al llegar a Santiago de Chile, Beatriz y yo comenzamos a vivir juntos, y ello me permitió estar muy cerca de Salvador. Los fines de semana siempre los pasábamos con él, pues Beatriz era su hija más cercana. Tenía una casa en Cañaveral, donde descompensinaba un poco la actividad de la semana».
-      ¿Cómo transcurrieron los días cercanos al Golpe de Estado?
- Algunos políticos imaginábamos la cercanía de un golpe militar en 1973. Era la segunda vez ese año, pues el 29 de julio se produjo el «Tanquetazo», cuando los miembros de la División de Tanques de Santiago rodearon el Palacio de La Moneda. Salvador, conjuntamente con el general Carlos Prats González, Jefe del Ejército, y otros oficiales lograron disuadirlos. Muchos piensan que fue un ensayo, yo no lo creo, los tanquistas se apuraron un poco, pues en aquel momento no estaban creadas las condiciones para derrocar al presidente.
«El 8 de septiembre cumplió años Beatriz, ella tenía casi siete meses de embarazo de nuestro segundo hijo. En la casa de Cañaveral nos reunimos los más allegados para celebrarlo, pero el clima ya no era factible. Los militares salían a las calles, hacían registros en las fábricas y en la población para controlar las armas que tenían la izquierda y los trabajadores, dondequiera estaban avocados al golpe. Allí vi por última vez a Salvador».
Al amanecer del día 11 de septiembre los chilenos despertaron sobresaltados. Un mar de balas estremecía la capital. Blindados, y camiones invadieron la ciudad. Muchos fueron golpeados salvajemente, sacados de sus casas, detenidos. La bota del dictador Augusto Pinochet pisoteaba la libertad del pueblo chileno.
«Alrededor de las seis de la mañana nos llamaron para informar que los golpistas tomaron Valparaíso y la Marina, y se dirigían hacia Santiago de Chile. Ya habían avisado a Allende, quien rápidamente partió hacia La Moneda.
«Debido a las campañas desarrolladas en los últimos tiempos, me habían asignado un compañero como chofer y guardaespaldas. Inmediatamente lo llamé para que llevara a mi hija Maya hacia la comuna La Reina, donde vivía la mujer que la cuidaba. Mientras, Beatriz se prepara para ir hacia La Moneda junto a su padre, y yo debía trasladarme a la embajada cubana, bajo las órdenes de solo salir si Allende reclamaba nuestra ayuda».
-      Cuando Pinochet toma el Palacio de La Moneda, rompe relaciones con Cuba, ¿qué hicieron nuestros coterráneos residentes en Chile?
- Nos dio 24 horas para abandonar el país. En ese momento no teníamos ningún avión para viajar a Cuba. El representante nuestro, Mario García Incháustegui, contactó rápidamente con el embajador ruso para que nos prestasen uno, y este solicita un tiempo para consultar con Moscú. No teníamos otra alternativa que esperar.
-      ¿Cuándo supieron de la muerte de Allende?
Como a la una de la tarde, recibimos una llamada telefónica del doctor Danilo Bartulín, médico personal de Allende, y nos lo dijo. Antes de su deceso, Salvador había logrado sacar a las mujeres de la embajada, a sus hijas Beatriz e Isabel, y a la periodista Frida Modak. Solo se quedó escondida su secretaria Miria Contreras, conocida por La Payita. La noticia nos cayó a todos terriblemente. Me emocioné bastante, pero era la realidad. No nos explicó cómo fue, solamente que uno de los colaboradores, el periodista Augusto Olivares, dijo que se había suicidado.
«Salvador se suicida después de ser rodeada y bombardeada La Moneda. No fue una persona que llegó, se encerró en una oficina y se pegó u tiro. Ya estaba prácticamente liquidada la defensa del Palacio, y no quedaba mucho. Si no lo mataba una bomba, se ahogaría con el humo, o le hubiese caído un pedazo de techo o de pared encima. Un bombardeo es bastante difícil de describir».
-      En la noche, usted recibe una llamada de los militares, ¿qué sucedió después?
- No recuerdo si eran las 10 o un poquito antes, es muy difícil precisar. Ellos querían recoger a la familia del presidente, a su esposa Hortensia y a las tres hijas, Beatriz, Carmen Paz e Isabel, para llevarlas a Valparaíso donde fue el entierro. Yo debía contactar con ellas e ir a buscarlas. Luego del sepulcro, se asilarían en la embajada cubana.
«Contacto con Beatriz. Ella, Isabel y la periodista estaban en casa de una amiga, y Hortensia permanecía en la de Félix Marmaduke Vargas Fernández, quien fue miembro de la guardia personal de Allende. Carmen Paz no recuerdo dónde se encontraba. Ahora se dice muy simple pero después de toda la propaganda que me habían hecho, salir a buscarlas, ir a Valparaíso, todo en manos de los militares, era una decisión bastante difícil, pero tenía que hacerlo.
«De pronto me llamó por teléfono un militar para decirme que me esperaría a la salida de la calle. Le dije que no, eso sería a una cuadra y media más o menos, era muy peligroso, él debía ir a buscarme. Se negó al inicio, pues pensaba que le dispararíamos, hasta que accedió finalmente. Le comuniqué a los compañeros del Estado Mayor sobre mi salida y Mario se ofrece a hacerlo conmigo. – Yo quiero ver en manos de quién te entrego, Luis, añade. Y así lo hizo».
Las calles parecían cementerios. Llovía sangre en Santiago de Chile. La gente corría desesperada. Los chilenos vivían un presente gris, más no imaginaban que aquello solo sería el inicio de una larga pesadilla. Los cubanos temían por su seguridad, más cuando eran objeto de constantes amenazas.
«Cuando salimos de la embajada sentimos un rafagazo, y por nuestra reacción no nos dieron ni un balazo. Saltamos hacia atrás y entramos nuevamente a la sede diplomática. Los compañeros comenzaron a disparar y los dos nos quedamos detrás de un muro. El tiroteo debe haber durado tres minutos más o menos, para mí duró mil.
«Acostado en el suelo, veía las balas trazadoras sin poder hacer nada, parecían zumbidos de abejas. Al cesar los disparos la gente de la embajada nos ayudó a entrar. Pero cuando uno no está para morirse no se muere, porque fue un milagro que aquella gente no nos agarrara».
-      ¿Por qué no pudieron asistir al sepulcro?  
- Nos amenazaron con bombardear la embajada porque estábamos muy armados. No sabíamos si se produjeron víctimas del lado allá, dicen que sí, pero nunca se ha dicho nada oficialmente. Al poco tiempo, me llama el militar para decirme que había sido un error, esas personas que dispararon no habían recibido la orden. Me indigné y le dije «coño, qué clase error más jodío ese, si me muero, me muero por un error». Bueno, a través de no sé quien, ellos contactaron con Hortensia y ella fue quien estuvo en el entierro. En aquel cementerio, de noche y rodeada de militares pronunció unas palabras muy conmovedoras, más o menos así: «Recuerden todos ustedes que aquí reposa el presidente de Chile.
-         ¿Cuándo llegaron a Cuba?
- Al rato nos enviaron al Coronel Uros Domic para negociar, y una vez reunidos todos los directivos de la embajada acordamos salir del país. Mario García Incháustegui llamaba al diplomático ruso cada tres o cuatro horas hasta que finalmente lo apretó un poco y le dijo que si nos sucedía algo él sería el responsable. Luego de tanta insistencia nos prestaron el avión. Estábamos rodeados por militares apuntándonos con metralletas. Recogimos todos los documentos y archivos. Salí entonces a buscar a Mayita y la llevé para la embajada. Beatriz recogió las cosas y también se trasladó hacia allá. En la noche del día 12 de septiembre  partimos hacia Lima y de Lima hacia La Habana, donde llegamos el 13. Allí nos esperó Celia, quien se hizo cargo de Beatriz, y la llevó enseguida para maternidad a atenderla.
-      ¿Cómo recuerda a Salvador Allende?
«Era un hombre muy trabajador, revolucionario, integrado, de mucha convicción y de un gran valor personal. Se acostaba tarde en la noche, a pesar de sus 63 años. En plena campaña electoral, le dio un infarto y a los pocos días entró en un debate de televisión. Eso dice mucho de su personalidad. Un amigo incondicional de Cuba y de Fidel. Yo quise a Allende como a un padre».

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