Nunca quise
que llegara el primer día de curso en el preuniversitario y en la Universidad,
a pesar de que me gustaba mucho la escuela. Ese era el momento en que comenzarían
aquellos interrogatorios insoportables: ¿Cómo te llamas? ¿Dónde trabajan tus
padres? ¿Tienes novio? Y la pregunta que se las traía: ¿Dónde vives?
A
veces no respondí o sencillamente cambié el tema. Pero siempre estuvieron los
curiosos que, de una u otra forma, se las ingeniaban para averiguar mi
paradero. “Soy de Las Ovas”, decía finalmente. -¿De las qué…? -¿Y dónde queda
eso? -¿Acaso tu pueblo está en el mapa?
Era un
“chucho” constante: -¿Cómo le dicen a ustedes? ¿Óvulos u ovarios?, se burlaban
unos. -¡Pero allí todo tiene el mismo nombre! Cafetería “La Ovas”, cine “La
Ovas”, peluquería “La Ovas”, bodega “La Ovas”, agregaban otros. - ¡Ah, y hay
una sola carretera!, y así sucesivamente.